Los mejores años de la Argentina son los que están por venir

El ex presidente de la Nación (1989-1999) plantea la reinserción de la Argentina en la política internacional como una de las claves para el futuro. Propone apuntar al comercio mundial, utilizar la educación como herramienta fundamental y convocar inversiones productivas. Se suma así a este espacio de debate plural abierto por El Cronista del que participan los principales referentes de todas las áreas y sectores políticos

Hace ya muchos años, Perón nos enseñaba que en el mundo de hoy la política puramente nacional es una cosa casi de provincias. Hoy, lo único que importa es la política internacional, que se juega por adentro y por afuera de los países. Esta afirmación adquiere hoy más vigencia que nunca. En este mundo cada vez más interconectado, la prioridad estratégica de la Argentina en el próximo período constitucional es la reinserción del país en el concierto global de las naciones.

En las actuales circunstancias históricas, el aislamiento externo es sinónimo de atraso económico. La Argentina necesita asumir una participación activa en las grandes corrientes de comercio y de inversión de la economía mundial. Sólo así estaremos en condiciones de generar las bases económicas sólidas que nos permitirán erradicar la afrenta inadmisible que representa el estado de pobreza en que están sumergidos hoy millones de nuestros compatriotas.

Este reposicionamiento internacional requerirá un esfuerzo de audacia e imaginación similar al que protagonizamos durante la década del 90, cuando superamos exitosamente otra situación de aislamiento y convertimos a la Argentina en una nación respetada y respetable, como quedó acreditado cabalmente en 1999 con nuestra integración, como miembros fundadores, del Grupo de los Veinte (G-20), que reúne a los países más importantes del mundo y tiene actualmente una misión rectora en la redefinición del orden económico mundial.

Pero la historia nunca se repite. El mundo cambia constantemente, a un ritmo cada vez más acelerado. Lo que ayer sirvió puede resultar inapropiado frente a lo nuevo. Como nos decía Perón, el papel de la conducción política, en cada etapa de la evolución histórica, es fabricar la montura propia para cabalgar la evolución, sin caernos.

Así como ese mundo con que nos tocó lidiar en 1989, signado por la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y la consolidación de la hegemonía de Estados Unidos, tenía muy poco que ver con aquel mundo en que había surgido el peronismo en 1945, caracterizado por la guerra fría y la puja entre ambas superpotencias por la supremacía global, este mundo de hoy presenta dos características inéditas: el nacimiento de la sociedad del conocimiento, derivada de los gigantescos avances científicos y tecnológicos, y el ascenso de los países emergentes, encabezados por China, erigidos en actores fundamentales de la economía global.

Cada una de estas características del mundo contemporáneo significa para la Argentina un desafío y una oportunidad. En la sociedad del conocimiento, las oportunidades de empleo y la distribución del ingreso están directamente vinculadas con los niveles de formación profesional y de capacitación laboral de la población económicamente activa. Ningún paliativo de corto plazo, por indispensable que resulte en la emergencia, puede sustituir a la exigencia de una plena incorporación de todos los argentinos al mundo del trabajo y erradicar una marginalidad social creciente, que se ha convertido además en un peligroso caldo de cultivo para la incesante expansión del narcotráfico.

Por ese motivo, en la Argentina que viene la educación es entonces la principal herramienta para la justicia social. La educación ha dejado de ser ya una etapa de la vida para transformarse en una dimensión permanente de la existencia humana. Esta exigencia ineludible plantea la impostergable puesta en marcha de una verdadera Revolución de la Educación y del Trabajo, que promueva las condiciones apropiadas para que la Argentina como Nación, y no solamente una minoría privilegiada, pueda incorporarse a esa sociedad del conocimiento que emerge en todo el planeta.

El vigoroso ascenso del mundo emergente representa también el acceso al consumo masivo de varios centenares de millones de seres humanos, hasta ahora reducidos a la miseria, especialmente en el continente asiático, que concentra hoy al 50% de la población del planeta. Esto supone una drástica expansión de la demanda de alimentos, lo que favorece extraordinariamente las posibilidades de desarrollo de la Argentina, que es una de las principales potencias agroalimentarias del mundo.

Esta industrialización acelerada que experimentan los países emergentes, en particular en la región del Asia Pacífico, implica asimismo un aumento excepcional en la demanda global de recursos energéticos y minerales. En este terreno, la Argentina, con su generosa dotación de recursos naturales, incrementada ahora por las nuevas técnicas para la explotación en materia de hidrocarburos, tiene otra extraordinaria oportunidad de desarrollo, que es imprescindible aprovechar con inteligencia, sentido de largo plazo y criterios adecuados de sustentabilidad ambiental.

La convergencia entre el desarrollo agroindustrial, que promueva la creación de centros de industrialización de las materias primas agropecuarias cerca de sus respectivos lugares de producción, y el aprovechamiento integral de los recursos energéticos y minerales, unidos al fortalecimiento de los vínculos políticos con los países vecinos y socios del Mercosur, permitirá encarar una reformulación de la geografía económica de la Argentina, de la que no quede excluida ningún rincón de nuestra Patria.

El escenario mundial ofrece una oportunidad histórica para la Argentina. Pero las oportunidades hay que saber aprovecharlas. Para ello, necesitamos alentar una oleada de inversiones productivas, lo que requiere estabilidad económica y seguridad jurídica. La etapa que se inicia exige visión estratégica y clara decisión política. El punto de partida es la unidad nacional, objetivo que nunca será alcanzable con la vista fijada en el espejo retrovisor, sino con la mirada orientada hacia el futuro. Porque, como dijo Juan Bautista Alberdi, la Edad de Oro de la Argentina no está en el pasado sino en el porvenir.

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